La (no) historia de mi amiga
Hoy quería escribir sobre una amiga mía que no tiene seguro médico, pero ella no quiere que su nombre aparezca en un sitio donde cualquiera pueda leerlo. Y sin ella no hay historia, porque no quiero contar un cuento ficticio, en forma de metáfora, que refleje lo que a mí me parece que podría llegar a ser enfermar en este país para muchos de los que viven en él. No sé qué podría decir sin su referencia, porque el que escribe lo hace desde la suficiencia del que tiene un seguro que no sabe bien qué cubre, pero que será suficiente, pase lo que pase. Porque si me sobreviene un cáncer -en el peor de los casos- no tendré que hacer como mi amiga, que me miró aterrorizada y molesta por haberle planteado la pregunta. Sería tan fácil como volver a España porque, si fuera curable, allí me curarían. No juzgo a mi amiga porque no quiera hablar del tema. Se siente demasiado mal como para detenerse a pensar fríamente que no podría pagar el tratamiento que necesitaría si tuviese una simple neumonía. Y tampoco critico que no quiera que aparezca su nombre en este blog, porque quiere mantener su dignidad. Eso es algo que aprecio. Mi rechazo es a que esta sociedad señale con el dedo a quien no puede pagarse su cobertura sanitaria y añada un estigma adicional a su angustia.
Tengo la impresión de que le iría mejor a este país de Estados si algunos dejasen de pensar que todos nacemos con las mismas oportunidades. El comentario de Coralio a mi visión sobre el destino me ha recordado que uno puede encontrarse con un mal vecino para toda la vida y que eso puede ser un lastre insalvable. Cuando decía que uno es el único dueño de su porvenir hablaba de mí mismo, que tuve la suerte de nacer con un vector inicial con el gradiente positivo. Quizá escribía con el sesgo que tiene el europeo, que da por hecho que el Estado se encargará de poner algo de su parte, con mayor o menor éxito, para corregir los vectores que apuntan a la nada.
New York, 27 de octubre
“Individuals have a need to believe that they live in a world where people generally get what they deserve.”
The Belief in a Just World: A Fundamental Delusion, M. Lerner.
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