La muerte de los vivos
Cuando supo que iba a morirse se preocupó de los que lo quieren. Todos esos sueños por cumplir, esos lugares por visitar, esos libros por leer, le dieron igual. Simplemente pensó que la muerte no supone ningún padecimiento para el muerto.
La muerte es el final de la vida. No forma parte de ella. Por eso no se siente. Cuando el ser se transforma en su ausencia lo vivido se esfuma y se evaporan sus recuerdos. Todo desaparece con el muerto sin que este lo perciba.
Pensó en su madre. Un día escuchó que la muerte de los padres sólo consigue superarse cuando se tienen hijos; sin embargo, la muerte de un hijo no se supera nunca. Pensó que su muerte resultaría en un padecimiento inimaginable para su madre. Ella le recordaría cada día. Lloraría por los momentos alegres que no volverían; y por los tristes, que le hubiera gustado evitar. O lloraría su ausencia, sin más. Se imaginó a su madre despertándose entre sueños y descubriendo que la puerta de casa nunca más se abriría ante él. La sensación de haberle perdido para siempre le oprimiría el pecho, produciéndole una angustia que no supo describir.
Quizás se imaginó que su muerte produciría el mismo efecto en su madre que la muerte de su madre produciría en él.
Por eso quiso escribir estas líneas. Echó la vista atrás y se sintió vivo ante la muerte. Porque él es los recuerdos de sus vivencias y no fue capaz de imaginarse una vida más rica. Por eso no le preocupó saber que se moría. El muerto abandona la vida sin darse cuenta. La muerte la padece el que sigue viviendo. Llorar por un muerto no es más que llorar por uno mismo, que se queda sin el pedazo de vida del que se muere. Quizás quiso decir que la muerte solo mata a los vivos. Y que estos pueden sobrevivirla. Y no encontró otras palabras para tranquilizarla, para pedirle que no llorase por su muerte, porque eso no sería más que llorar por su propia vida.
Toda esa acumulación de sensaciones terribles brotó a su cabeza cuando el tren de aterrizaje tocó la tierra de Barajas y se despertó, confundido, todavía narcotizado, pero lleno de ganas de seguir viviendo.
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