El taxi de Lubo
Lubo se escapó de la Bulgaria de Zhivkov hace más de veinte años. Tras dos años en Italia como refugiado político, un amigo suyo le animó a probar fortuna en Nueva York. Se instaló en una pequeña colonia colombiana de Greenpoint, en Brooklyn, en el límite con Queens. Siempre ha trabajado como taxista. Su historia es la de tantos otros que vinieron de los países satélite de la Unión Soviética a finales de los ochenta. En realidad no se esperaba nada; sólo quería abandonar la vida miserable que le rodeaba. Sin embargo, dice que se habría quedado en Europa de haber sabido cómo iban a ser sus días en Estados Unidos.
Entra a trabajar a las cinco de la tarde y se marcha a dormir cuando le parece, porque dice que no merece la pena agotar la jornada hasta las cinco de la madrugada, que es cuando su compañero de relevo comienza su turno. "Manhattan está vacío a partir de las once y no hay manera de hacer negocio", protesta. Tiene que pagar 650$ a la semana, además de la gasolina. Dice que hay días que ingresa los 120$ que necesita para cubrir gastos a la una de la madrugada, cuando lleva ocho horas al volante. Cuando subió la gasolina fue peor: llegaba a pagar 45$ al día y se hacía casi imposible tener una ganancia digna. Razona bien. Para él, la guerra de Iraq -y cualquier otra que venga- tiene la culpa de todo. La escasez de petróleo hace subir los precios del combustible. "Pero eso no es todo", aclara. El gobierno tiene que endeudarse más de lo habitual y tendrá que acabar subiendo los impuestos o reduciendo las partidas de gasto. "Al final los precios suben y los servicios empeoran, mientras nuestras tarifas siguen congeladas; ganamos más, pero perdemos dinero", resume. Toda una lección de economía de alguien que se ha hecho a sí mismo.
Pasamos por delante de la calle que da paso a su barriada veinte minutos después de haber salido de Astoria. Vive con tres colombianos en una casa adosada hecha de ladrillo y tablas, como tantas otras de la periferia de Nueva York. "Cualquier día salimos ardiendo por culpa del incienso de uno de mis compañeros", se queja sin darle mayor importancia. "Al menos he aprendido español", dice con un castellano ininteligible. Union Avenue es un reguero de casas salpicadas de talleres, garajes y gasolineras y muchos descampados. Greenpoint todavía escapa a la especulación que ya ha saltado el East River y ha hecho subir los precios de la vivienda en algunos barrios de Brooklyn hasta en un 35% en un solo año. Dice Lubo que el día que el barrio le guste a los artistas y empiecen a instalarse, ellos tendrán que marcharse, como vienen haciendo muchos vecinos de Park Slope, relativamente cerca de aquí, que no pueden aguantar la subida de los alquileres.
Lleva toda una vida trabajando y no tiene nada. Está pagando los estudios universitarios de dos sobrinos que tiene en Sofía. Antes ayudaba a su madre, hasta que murió tres años después de la última vez que la vio. El año que viene darán otras trescientas licencias de taxi, las mismas que han dado este año. Eso hará que el negocio ya no compense. Está pensando en marcharse a Las Vegas, donde los taxistas trabajan a sueldo y viven prácticamente de las propinas.
A lo lejos se ven los rascacielos de Downtown Manhattan y el reloj de la torre que preside Brooklyn Heights. Entramos en el barrio por el Mall de Fulton Street. Las calles tienen las aceras impolutas y los edificios refinados recuerdan a los de los barrios más lujosos de Londres. Se ven grupos de jóvenes fumando animados en la puerta de los bares. Y parejas de treintañeros empujando carritos. El sol va perdiendo intensidad, pero el cielo sigue de un azul límpido. "Es un barrio estupendo", dice Lubo. Desde luego lo parece. Y aquí vengo a instalarme.
2 Comments:
Un auténtico placer leerte, Sergio. No me refiero a este último post sino a todos. Me impresiona. Gracias.
Estoy de acuerdo con el comentario anterior. Hace poco mi hermana me sugirio que te leyera y me alegro de haber seguido el consejo. Me gusta mucho la manera de describir tus "impresiones" sobre este pais tan grande en el que nos encontramos. Al final la gente es gente, y sentimientos como la soledad son universales donde quiera que estes, pero igualmente disfruto de la perspectiva inteligente y sensible que ofreces.Seguire leyendote.
(Maria)
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