Delante de mi ordenador portátil, en la era de la tecnología, oigo el partido de ida de la respesca que enfrenta a España y a Eslovaquia por un billete para el mundial de Alemania. Quiero que gane España. Me gusta ver los partidos del mundial en los bares de mi barrio, rodeado de forofos que solo se ponen de acuerdo conmigo cuando juega la selección; las cosas de ser madrileño y del Barça. Los primeros partidos del mundial de Corea y Japón los viví en Inglaterra, un poco asustado por los malos modales de estudiantes imberbes que me increpaban cada vez que me cruzaba entre ellos y la pantalla. El partido de clasificación para cuartos de final, frente a Irlanda, lo vi un día muy caluroso sentado en una plaza al lado del Hôtel de Ville de París, junto a cientos de españoles. Fue una semana mágica descubriendo una ciudad por cuarta vez; París no era la misma, al recorrerla con un amor de mi vida. La eliminación a manos de Corea la vi con mi gente, muy de mañana, entre el enfado por el arbitraje que nos apeó del sueño, como tantas otras veces, por tantas razones diferentes.
Maldini y Alcalá están explicando las virtudes del juego de nuestro equipo, que parece que lo está haciéndo bien. Paco González remacha algún aspecto negativo, interrumpido por algún grito de Pepe Domingo Castaño, que anima con el corazón y pide paso para fumarse un purito Reig. Quien escucha el "carrusel deportivo" en esas tardes de domingo de fútbol en la SER no puede imaginarse un partido sin puritos, coronitas o viajes de talonario Bancotel. Manolo Lama está relatando con entusiasmo -como siempre- el trascurrir del partido; el cambio de juego de Albelda en el centro del campo, el pase al toque de Xavi, que está jugando adelantado,... ¡Espera, que la tiene Luis García!,... ¡¡Goooooooooooooool!! Esto, que empezaba con otra idea, se acaba de interrumpir por la cara de sorpresa del vecino, que acaba de asomar la cabeza por la ventana, asustado por mi grito de alegría. Parece que en Manhattan no saben que juega España. Sorpresa, por cierto, la mía, que acabo de enterarme de que es el segundo que marcamos en menos de diez minutos. Uno está tan ensimismado en lo que escribe que deja de escuchar lo que oye.
Pero quería decir, al empezar este relato, que en la era de la tecnología, frente a un ordenador portátil, me parezco a mi abuelo Domingo. Lo recuerdo en su catorce-treinta blanco impoluto, al que sacaba brillo con empeño, con su pelo negro bien peinado hacia atrás, con su cara de Marcelino. Lo recuerdo fumando un Ducados con la ceniza infinita en el extremo; de vez en cuando abría la ventanilla, con un giro cansino del hombro, para dejar que cayera fuera del coche, con un golpe seco del brazo, hacia delante, muy distinto del gesto del dedo índice que vemos en los hombres de hoy. Miraba la radio de soslayo, un poco ausente, y ponía mucha atención, como abstrayéndose del mundo, cuando se oían los pitidos que anunciaban un gol en no se sabe qué campo. Siempre sostenía un bolígrafo Inoxcrom, la mitad plateado, la otra mitad granate, y el calco de una quiniela que siempre empezaba siendo de catorce, cuando la depositaba en la casa de loterías de la calle Boltaña. Al final, la mala suerte y mil injusticias que maldecía sin mucho entusiasmo le dejaban con siete u ocho aciertos. Su decepción la curaba algún gol de Víctor desde fuera del área, un remate de Migueli al palo en el lanzamiento de un saque de esquina, un pase medido de Schuster o la galopada de Julio Alberto por la banda izquierda. También le escuché maldecir la suerte de Juanito o de Santillana, que nunca merecían los goles que marcaban. A veces detenía mi bicicleta, la volcaba sobre un pedal, junto al coche, y golpeaba la ventanilla con los nudillos. -Dichoso chico-, solía decir, con su enfado amable, mientras abría la ventanilla. Me apoyaba con los brazos en la puerta y lo miraba con atención.- ¿Cómo va la quiniela, abuelo? -La hostia del Eibar, que me ha vuelto a joder. Así era; siempre había un culpable que estropeaba su quiniela. -¿Y el Barça?. -Dos-uno, ahí va de ahí- me interrumpía si oía los pitidos anunciando un nuevo gol. Yo me marchaba a seguir jugando y allí se quedaba él, esperando hacerse rico, como tantas veces había imaginado. O dejando pasar el tiempo, quién sabe, con la rutina de siempre.
No sé dónde veré a España jugar el mundial. Queda mucho tiempo y el futuro se presenta un poco confuso. De momento, seguimos ganando dos a cero; tenemos margen. Pero uno nunca sabe si un quiebro inesperado de las circunstancias cambiará nuestras ilusiones antes de tiempo, como tantas otras veces. Acaba de marcar Eslovaquia. Prefiero no tomármelo como un presagio metafórico de lo que me queda por delante. Creo que ya va siendo hora de acabar este relato y ponerme a trabajar un poco, no sea que el destino acabe jugándome una mala pasada.
"Y no conocen la prisa
ni aún en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino,
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y un día como tantos,
descansan bajo la tierra".
"He andado mucho caminos", Antonio Machado.
1 Comments:
No he acabado de leer, las cosas el futbol y la mania a la ser, supongo. Pero me quedo con las visitas enamorado a las ciudades. Barcelona no es la misma enamorado y en la Merçé.
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