martes, noviembre 01, 2005

Un ramito de violetas
Ese continúa siendo el inconfundible sabor del pan con tomate y bonito en conserva. Cada mordisco le sigue llevando en un viaje por el tiempo hasta aquellos desayunos de domingo, a esos fines de semana en los que sus tías desfilaban ante él, vistiéndose con parsimonia estudiada, mientras sus novios esperaban en el salón de la casa, con la resignación impotente del que no puede hacer nada por anticipar el encuentro querido. Al día siguiente se acercaba al borde de la cama a recordarles que ya habían pasado las burras de leche; sin saberlo, su abuela le hacía utilizar una metáfora traída de su pueblo, que él no entendía, para hacer que se levantaran sus hijas y empezaran a limpiar la casa, después de sortear las tareas con palillos de dientes. En Madrid hay muchos días grises, pero el sabor del atún y el tomate entre el aceite le recuerda el azul intenso y el frescor de las mañanas de noviembre, con la vista del Cerro de la Mesa al fondo. Todavía se estremece ante esa colina, que fue lugar de merendillas de primavera y carreras de bicicletas. Ese pan con bonito y tomate tiene el sabor agridulce de esos momentos maravillosos de la niñez que sabe que no volverán.
Algunas de esas mañanas, entre escobas y trapos, sonaba una canción de fondo que él no podía resistir. Su sonido se registraba en la boca de su estómago con una punzada tan aguda que aún puede sentir. Entonces él se marchaba a ocultar su llanto desconsolado de niño. Hoy no sabe cuando empezó a escuchar "Un ramito de violetas" sin huir despavorido, aunque sigue sin poder evitar que se le nuble la vista. No está seguro de saber qué añora, pero esa música se sigue clavando como un aguijón en las vísceras en las que viven los sentimientos más profundos. Él no recuerda casi nada, pero esa canción de Cecilia que sonaba en aquella casa de Brooklyn volvió a traerle esa imagen de fotografías que aparece algunas noches entre sueños. Ella les dejó muy pronto. Tanto, que ese niño ya convertido en adulto sólo puede llorar por los momentos que nunca podrán ocurrir.
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