El inventor de utopías
Ese chico flaco y desgarbado, de melena larga y negra, que grita "libertad" subido en un poste al que se sujeta con sus vaqueros de campana gastados, sueña con cambiar el mundo. Sólo conoce la dictadura y casi no se imagina la forma del valor que reclama desde lo más hondo de su pecho. Los textos prohibidos conseguidos de manos de sindicalistas curtidos en luchas obreras descarnadas son su única ventana a un universo que casi no se imagina. Escribe sus sueños, de la vida y del amor, en poesías inocentes de adolescente, gastando las horas muertas mientras sirve de soldado de reemplazo.
Todavía no sabe que un día se levantará encorajinado antes del alba y cortará una autopista del extrarradio de Madrid para pedir que construyan una pasarela por la que cruzarla para llegar a la parada del autobús. Ni que un día se concentrará delante de la prisión de Carabanchel gritando “amnistía” con la misma energía que empleaba colgado de aquel poste. Tampoco es consciente de que los ecos de sus palabras harán desaparecer de las memorias la imagen de una mujer doblando el espinazo mientras acarrea agua de las fuentes. Un día verá esfumarse los fangales que rodean las infraviviendas entre las que vive, que más tarde desaparecerán también, cuando las horas robadas a los suyos hayan servido para que muchos puedan llamar hogar a sus casas. Y después verá como nuevas utopías van dejando de serlo, golpe a golpe, hecho a hecho.
Ese chico flaco dejó de serlo hace tiempo. Las canas empiezan a cubrir su pelo, cada vez más escaso. Y la gordura ha hecho olvidar aquel perfil de aprendiz de roquero que trataba de emular a Mick Jagger. Han querido arrodillarle muchas veces, pero sigue inquebrantable. Sigue inventando utopías, fiel a unos ideales, en ocasiones prestados, que nunca se ha molestado en racionalizar. Aunque ha cambiado, sigue siendo el mismo jovenzuelo flaco lleno de ilusiones, dispuesto a embarcarse en una nueva batalla, capaz de cambiar el mundo que le rodea, capaz de dar vida a nuevas utopías, como el agua a la madreselva. A veces inconsciente, quizás no sepa nunca que su mejor legado son sus principios, que subyacen en cada paso que dan los que han hecho de ellos una forma de vida.
“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
Eduardo Galeano.