viernes, marzo 13, 2009

Oscuridad

Nuestras vidas suelen transcurrir a golpe de inercias, dejando el devenir de nuestra existencia de la mano de una corriente, como un velero que navega plácidamente en un mar de luz sobre el vaivén de las olas. Al echar la vista atrás observamos una estela de rutinas, salpicada de pequeños placeres, momentos de felicidad y algunas desdichas. Casi no recordamos cuándo fijamos el rumbo, que golpe de mar nos llevó a avanzar por una senda que hace tiempo que seguimos por impulsos no premeditados, como si hubiera sido trazada para nosotros por una mano invisible.

De repente, un día, de forma inesperada, un golpe de timón hace que ese tejido salte por los aires. Rotos los amarres, sin referentes, entramos en un mundo de oscuridad, en el que cada paso se encamina titubeante entre la penumbra hacia un destino incierto. Sin el referente de la rutina aprendida, navegamos a tientas por un nuevo mar lleno de negrura, buscando con avidez una luz que nos permita encontrar el rumbo de regreso. 

De nada sirve apresurarse. La claridad cae de un cuentagotas, como el halo de un faro que incendia la mar durante un suspiro. Después, vuelta a la oscuridad. Nos afanamos buscando la luz, el vaivén de las olas, una red que nos sustente, pero nada de eso es posible sin navegar en la noche cerrada. La oscuridad nos aterra, pero en ella encontraremos la quietud necesaria para encontrar el rumbo de nuevo, para decidir nuestro destino, para imaginar un horizonte en el que la sombra de las tinieblas quede en el recuerdo.  

domingo, marzo 08, 2009

La necesidad de escribir


jueves, marzo 05, 2009

975 días

Como tantas otras cosas, estas palabras llegan tarde. Ella ya no las oye. Llegan ahora que el sol tiempla el final del invierno y los témpanos de las cunetas comienzan a deformarse, dejando solo la suciedad que los ha cubierto los últimos días. Llegan ahora que la neblina que cubre la ciudad se evapora lentamente, filtrando los rayos de luz que perfilan la imagen de los rascacielos. 
Esas palabras brotaron de lo más profundo muchas veces, cuando caminaban sin rumbo entre las calles que dan a Central Park o aquel día en que vieron ocultarse el sol tendidos en una pradera junto al Hudson. Quiso pronunciarlas mientras decidían dónde colocar la cama de su nuevo hogar o al fantasear con nuevos lugares que nunca visitarían. Pero siempre se sintió torpe, dubitativo, y decidió, como tantas otras veces, como tantas otras cosas, dejarlo para una ocasión mejor. 
Hoy, esas palabras sencillas no llegarán a sus oídos, pero él ha querido que no se pierdan en la inmensidad del olvido. Sólo quería decir que ella llenó de luz los 975 días que decidieron caminar juntos.
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