domingo, agosto 20, 2006

Más guapa que cualquiera
Seguro que ya no te acuerdas de aquellas mañanas en las que me hice mayor, me despertaba justo antes de que te fueras de nuestra casa y te daba un beso con el que empezaba el día. Yo te recuerdo perfumada de Alada, vestida de secretaria, con un pañuelo rojo cubriéndote el cuello, con el fondo de lo que nos contara Gabilondo aquella mañana. Después te marchabas, dejando que el vientecillo fresco de las mañanas de octubre entrara mientras yo cerraba una puerta de chapa verde y un cristal esmerilado.
Ese es el recuerdo que me llega cada día, cuando escucho la SER, cuando tengo un correo tuyo que nunca puedo contestar, cuando me cuentas lo bien que te sienta haberte convertido en abuela. ¿Cuántas veces me he preguntado por qué ese es el recuerdo más recurrente - y el mejor- de toda una vida? No lo sé. Quizás porque fue el último que nos dejó una existencia que siempre iba a mejor. Poco después nos marchamos del hogar de la infancia, vinieron de Francia a arruinarnos la vida, y cuando llegó la calma ya no éramos nosotros. Puede ser que sea por eso. 
A veces volvía a mirar nuestra fachada, a la que ayer volví intentando no ser visto por unos vecinos que ya no conozco, para ver que sigue en pie, con mejor cara, pero sin alma. Y se agolparon los recuerdos de una niñez entre cochecitos en el pasillo, entre el olor de algún guiso, entre el sonido del Agapimú y el Lanzador de Cuchillos. Y te veo tropezando con la cabra amarilla, te imagino delante de una cazuela de barro con el fondo irregular, te oigo cantando con una garganta más joven. 
Me escucho y te oigo reprochando el tono del hablar del barrio, el uso incorrecto de las palabras, o las expresiones de una juventud incipiente. Tecleo y recuerdo el sonido del asdfg en tu Olivetti verde de medio carro. Me irrito y descubro tu cólera en mis palabras. Me miro y te veo en mí. Y vuelves, siempre, muchas veces, cada día. Me llegas cuando busco tu aprobación -en todo lo que hago, absolutamente, todavía y quizás para siempre-; cuando te echo de menos desde las lejanías; cuando invento razones para querer volver; cuando me acuerdo de que siempre se me olvida preguntarte si crees en Dios; cuando me pregunto si sabes que me llega tu aliento cuando no puedo más, cuando busco motivos para no cortarme de un tajo las venas; cuando entiendo por qué cambié a Ana Belén por Sting, a Delibes por Saramago o al mundo entero por Portugal; cuando me pueden las ganas de volver a Ayamonte, a que vuelvas a contarme que ibas al puesto de tu bisabuela en el mercado; cuando nos imagino delante del original del cuadro del abuelo en la Sociedad Hispánica de Nueva York. 
Nunca he querido escribirte nada, porque eso sería enseñarme al completo. Y me puede la vergüenza por gritarle al viento que todo lo que soy se lo debo a la mejor madre del mundo. Y que cada noche me acuerdo de ti desde mi cama de Manhattan, como lo hacía desde la de Barcelona, desde la de Essex, o desde la de cualquier confín en el que me encontrara. 
Aquí lo dejo, y en esto se queda, porque nunca encontraré las palabras, el espacio, ni el tiempo para explicar lo que sigue dando sentido a mi vida. 
Y aunque sé que no era la más guapa del mundo, juro que era más guapa que cualquiera.
Alma Mater
El fondo de notas pausadas robadas a un cuerpo de guitarra, del pulso de las teclas de un piano y del quejido de un violoncello melancólico con las que dormimos a Marina me ayudan a recordarte y a paladear el regusto de unos días inolvidables. Frente al teclado de nuevo, tras unos meses de reencuentros con personas y lugares, de descansos de sol y mar y de despedidas -tristes, como todas ellas- dejo volar mi imaginación hacia el pasado remoto de mi infancia, hacia vivencias de un verano en las tierras del sur, hacia el misterio de un futuro lleno de incertidumbres. Con la compañía de las notas de Rodrigo Leão, miro atrás con nostalgia por los momentos que se marcharon, con la alegría por recordarlos. Y sobre todo miro hacia delante, desde este kilómetro cero -físico y metafórico-, acompañado por las escalas altas de los violines y violoncellos de Alma Mater, seguro de que venga lo que venga, lo mejor está por llegar. 
Madrid, 20 de agosto de 2006.
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