Caminos
La vida es un camino que inventamos con nuestros pasos. Normalmente, la inercia decide la dirección en la que nos encaminamos, como si la senda ya estuviera trazada. Y nuestra existencia se convierte en el fluir natural de un río que ya pasó por allí millones de años antes. Pero hay pequeñas decisiones, a menudo insignificantes, que cambian el curso de nuestro devenir de forma dramática.
Un pequeño gesto puede cambiar nuestra vida. Puede conducirnos de forma inexorable a una situación en la que la decisión ya ha sido tomada.
La oportunidad de quedarme en Nueva York de forma indefinida surgió de repente. Y con ella llegó el vértigo. El vértigo no es el miedo a caer. Es la atracción hacia lo desconocido. La decisión que originó la bifurcación definitiva en mi camino ya había sido tomada. Pero no fui consciente. Y me dejé arrastrar sin darle mayor importancia. El vértigo me sobrevino cuando supe que mi existencia ya había cambiado para siempre, cuando supe que ya no había vuelta atrás. El ofrecimiento de quedarme en Nueva York es el abismo: me produce pavor acercarme, pero me atrae de forma irremediable, invitándome a saltar.
De forma repentina, Barcelona se queda atrás, parada en el tiempo para siempre. Los lugares son las vivencias que ocurren en ellos. Y se transforman cuando los personajes no son los mismos. La neblina que cubría el campus de la Autònoma se fue en aquel momento irrepetible, con todas las personas que ya no estarán. Y no volverá. Aquella experiencia fue única y quedó en el recuerdo. Podré volver a aquella azotea, desde la que se veían los tejados del Rabal en la claridad de una noche estrellada. Pero el vino en aquella terraza no tendrá el mismo sabor, porque serán otras personas las que crucen sus miradas con la mía.
El nuevo camino ha quedado trazado. De forma incontrolada, se ha abierto el abismo, que me llama con las voces de las ninfas que arrastraron a Ulises. El abismo no solo invita a saltar. También cambia la perspectiva del camino andado. Volver al viejo camino, que era tan liviano, se vuelve una carga pesada. Se hace insoportable. Rehuir el abismo sería dejar el nuevo camino que se abre en una vía muerta. Ya no llevaría a ninguna parte. Allí quedaría para siempre, con el horizonte cerrado. Las vivencias que nunca ocurrieron nos conducen al lamento perpetuo. Esa es la razón por la que el abismo nos invita a abandonar el camino que dejamos atrás.
No se dónde lleva este camino. No me interesa. Hace tiempo que renuncié a recorrer los caminos desde un origen a un destino. Sé que este es el camino que quiero recorrer y eso es lo único que importa. Este es el camino vital, al que me lleva la llamada de la piel. La vida es un camino y el único destino es la muerte. Se trata de disfrutar del recorrido, paso a paso, a cada momento. Descubrir nuevos paisajes, brindar con nuevas copas, compartir nuevas tertulias. Quién sabe si los caminos no vuelven a cruzarse en algún lugar, con la liviandad recuperada, aunque sea cerca del horizonte.
Nueva York, 16 de mayo de 2006.