En el valle de los sueños
El único equipaje que llevo es lo que no puedo dejar atrás: una maleta cargada de experiencias y la imagen de los que me acompañan donde quiera que esté. Viajo sin mapas, con la guía del instinto. Y he llegado, casi por casualidad -después de pensar que lo hacía por equivocación- a un lugar donde reina la felicidad. He llegado a la primera estación de este viaje, en la que he conocido a esta familia, que vive en el valle de los sueños.
Conocí a David, el hijo mayor, en la estación, donde jugaba con sus amigos. Se acercó a interesarse por un desconocido que miraba a su alrededor con aire despistado. Y me contó que el valle de los sueños es un lugar que sólo aprecian los que lo han conocido. Es un lugar que no aparece en las guías de viaje que se escriben para las personas con éxito. Es un lugar al que se llega por casualidad, casi por equivocación. Aunque todavía es un niño, sabe que un día tendrá que partir y encontrar otro valle en el que vivir, porque quien nace en el valle de los sueños está destinado a buscar su propio lugar, a construir su propio destino lejos del sitio que le vio llegar al mundo. Esta noche he dormido en el valle de los sueños, en la casa de David, donde viven sus padres y sus dos hermanos. Y me he convertido en el espectador de una familia que me ha revelado el secreto de la felicidad.
No recuerdo nada más. Me he adentrado en un sueño profundo, bien entrada la madrugada, y todos habían desaparecido al despertar. Me he puesto en marcha de nuevo. Dejo el valle de los sueños, con la vista puesta en Samarcanda. No sé cuál será mi próxima parada, pero en el valle de los sueños he descubierto el camino que he de seguir.