Oscuridad
Nuestras vidas suelen transcurrir a golpe de inercias, dejando el devenir de nuestra existencia de la mano de una corriente, como un velero que navega plácidamente en un mar de luz sobre el vaivén de las olas. Al echar la vista atrás observamos una estela de rutinas, salpicada de pequeños placeres, momentos de felicidad y algunas desdichas. Casi no recordamos cuándo fijamos el rumbo, que golpe de mar nos llevó a avanzar por una senda que hace tiempo que seguimos por impulsos no premeditados, como si hubiera sido trazada para nosotros por una mano invisible.
De repente, un día, de forma inesperada, un golpe de timón hace que ese tejido salte por los aires. Rotos los amarres, sin referentes, entramos en un mundo de oscuridad, en el que cada paso se encamina titubeante entre la penumbra hacia un destino incierto. Sin el referente de la rutina aprendida, navegamos a tientas por un nuevo mar lleno de negrura, buscando con avidez una luz que nos permita encontrar el rumbo de regreso.
De nada sirve apresurarse. La claridad cae de un cuentagotas, como el halo de un faro que incendia la mar durante un suspiro. Después, vuelta a la oscuridad. Nos afanamos buscando la luz, el vaivén de las olas, una red que nos sustente, pero nada de eso es posible sin navegar en la noche cerrada. La oscuridad nos aterra, pero en ella encontraremos la quietud necesaria para encontrar el rumbo de nuevo, para decidir nuestro destino, para imaginar un horizonte en el que la sombra de las tinieblas quede en el recuerdo.