lunes, octubre 31, 2005

La personalidad
En ocasiones nos empeñamos en pensar que somos un código genético, como si las personalidades quedaran fijadas al nacer en el libro que escribía sin cesar el viejo de la montaña errante en "La historia interminable". Pero no. Tenemos la fortuna de ser lo que vivimos; sobre eso tengo pocas dudas. Y no es cierto que llegáramos a Nueva York siendo personajes de un cuento que se entregan al paréntesis de una experiencia pasajera, como si nuestras existencias quedaran pendientes hasta nuestro regreso. La ciudad nos ha ofrecido otras vivencias, relaciones con otras gentes, descubrimientos de otras realidades. Y nosotros, seres permeables, nos hemos dejado llevar, abrazados por los cambios que hemos ido experimentando. Nuestras personas no volverán a ser lo que fueron antes de llegar. Todos regresaremos, pero habremos cambiado. Ya no seremos los que vinimos.
New York, 31 de octubre

viernes, octubre 28, 2005

Noche de desvelos
Me he despertado en medio de la noche, tratando de amoldarme al horario de los normales, con la presión en las sienes del que no ha dormido casi nada en los últimos días. He salido de un sueño de blogs anidados, en forma de muñecas rusas, que se abrían y cerraban tras pulsar en los enlaces de unos a otros, con el frenesí de lo incontrolable, tratando de dar respuestas a la desazón que se ha ido apoderando de mí a medida que caía la tarde. Había perdido la postura erguida frente a la pantalla del ordenador en el que busco respuestas a las preguntas que me inundan; preguntas de la vida y de lo que encierran las campañas electorales, que es lo que trato de entender desde que llegué a Nueva York con mi beca bajo el brazo. Había tratado de evitar la llegada de la noche con los piés sobre el sofá, el mentón entre las rodillas, las manos en los tobillos, buscando la posición en la que tenía la protección del vientre de mi madre hace ya más de veintinueve años, con la incomprensión del que no entiende nada, con el desamparo del que busca explicaciones en correos electrónicos que no sabe si llegarán. Me he despertado con la desazón mutada en decepción, con la sensación de la insoportable levedad del ser que escribió Milan Kundera, buscando consuelo en las teclas y en un bucle infinito de Candombito, esa música sin letras de Kevin Johansen que ayer me inundaba de sensaciones. Me he puesto a escribir junto a una infusión humeante en la que busco relajo para mi garganta castigada por el uso, el humo y el desvelo de los últimos días y que espero que me ayude a dormir en esta noche triste, en la que se cierra una etapa que estuvo a punto de abrirse. Ha sido un día extraño, en el que me he dejado seducir por la ciudad desde que te dejé a la entrada de la boca del metro amarillo que está en la 23 con Broadway. He paladeado el día esperando la tarde, deambulando durante horas por calles, perdido entre los libros de una librería en la que he buscado con lentitud Here is New York, que escribió E.B. White desde la tórrida sala de un hotel en el año 1948. Ha sido un día agridulce, que ha ido acabando desde que he abandonado el ventanal del Starbucks de Union Square, en la esquina de la 17 con Broadway, con la sensación de abatimiento que produce el pesar por un desengaño. He dejado atrás mi torreón, desde el que disfrutaba de la visión de gentes que corrían a mi alrededor sin saber que alguien les miraba con la pasión del que se siente observador entre visillos de una ciudad frenética. Arrastrado por la marea de gentes, he vuelto a sentirme uno más en el vibrar de una ciudad que se marchaba a dormir después de un largo día.

jueves, octubre 27, 2005

La (no) historia de mi amiga
Hoy quería escribir sobre una amiga mía que no tiene seguro médico, pero ella no quiere que su nombre aparezca en un sitio donde cualquiera pueda leerlo. Y sin ella no hay historia, porque no quiero contar un cuento ficticio, en forma de metáfora, que refleje lo que a mí me parece que podría llegar a ser enfermar en este país para muchos de los que viven en él. No sé qué podría decir sin su referencia, porque el que escribe lo hace desde la suficiencia del que tiene un seguro que no sabe bien qué cubre, pero que será suficiente, pase lo que pase. Porque si me sobreviene un cáncer -en el peor de los casos- no tendré que hacer como mi amiga, que me miró aterrorizada y molesta por haberle planteado la pregunta. Sería tan fácil como volver a España porque, si fuera curable, allí me curarían. No juzgo a mi amiga porque no quiera hablar del tema. Se siente demasiado mal como para detenerse a pensar fríamente que no podría pagar el tratamiento que necesitaría si tuviese una simple neumonía. Y tampoco critico que no quiera que aparezca su nombre en este blog, porque quiere mantener su dignidad. Eso es algo que aprecio. Mi rechazo es a que esta sociedad señale con el dedo a quien no puede pagarse su cobertura sanitaria y añada un estigma adicional a su angustia. Tengo la impresión de que le iría mejor a este país de Estados si algunos dejasen de pensar que todos nacemos con las mismas oportunidades. El comentario de Coralio a mi visión sobre el destino me ha recordado que uno puede encontrarse con un mal vecino para toda la vida y que eso puede ser un lastre insalvable. Cuando decía que uno es el único dueño de su porvenir hablaba de mí mismo, que tuve la suerte de nacer con un vector inicial con el gradiente positivo. Quizá escribía con el sesgo que tiene el europeo, que da por hecho que el Estado se encargará de poner algo de su parte, con mayor o menor éxito, para corregir los vectores que apuntan a la nada.
New York, 27 de octubre
“Individuals have a need to believe that they live in a world where people generally get what they deserve.”
The Belief in a Just World: A Fundamental Delusion, M. Lerner.

miércoles, octubre 26, 2005

El destino
Alguien con este sesgo sólo puede ver el destino como el producto de la interacción de las decisiones de personas y de elementos de naturaleza casual. Ese cúmulo de ocurrencias imposibles que te llevan a esa situación no es más que la materialización de una vector aleatorio. Y si nos parece que era imposible que aquello pasase es que desconocíamos algún detalle. Uno puede maldecir el destino hoy, porque la tirada del dado le haya sido esquiva. Pero esa variable, la que rige el proceso que genera lo que aparece, la define uno mismo mediante sus acciones. La ley de los grandes números nos invita a la valentía. Si hacemos lo que tenemos que hacer, la mala suerte es evanescente. Así que tengo la impresión de que habría que decidirse de una buena vez. Sí, es exactamente eso que estás pensando: me parece que ha llegado el momento de saltar, de cambiar el destino. Tú eres la causa de tu buena suerte. Y con esto comienzo la respuesta a la pregunta que te lleva rondando últimamente.

lunes, octubre 24, 2005

Bajo los pies del viajero
El viajero recién llegado a Nueva York es fácil de identificar. Contempla la ciudad con admiración. Reconoce con emoción patente los lugares que aparecen en “Misterioso asesinato en Manhattan”, en “Enamorarse” o en “King Kong”. Mira siempre hacia arriba, perplejo por la fascinación que producen la altura de los edificios del Midtown, las escaleras de incendios de los bloques de seis alturas del East Village o los suntuosos edificios residenciales del Upper East Side. Observa con sorpresa mareas humanas cruzando las calles con los semáforos en rojo. Mira con desconfianza a los grupos de cualquier tribu urbana de Harlem. Avanza dubitativo en los túneles del metro, tratando de adivinar cuál es su tren. Fotografía el edificio de la Bolsa, el Empire State o los rascacielos vistos justo por encima de las ramas de los árboles de Central Park. Sale de un espectáculo de Broadway y aprieta su bolso contra sí, mientras trata de hacerse paso entre la muchedumbre que abarrota Times Square. Compra compulsivamente imitaciones de perfumes, de relojes o de bolsos para regalar de vuelta a casa. Se deja aconsejar por el sumiller de un restaurante que aconseja el mejor vino para acompañar un pescado capturado en algún país remoto. Mira incrédulo los puestos de Chinatown, donde las anguilas vivas se mezclan entre sapos hacinados en cubos. Guarda una cierta distancia observando algún grupo que improvisa un cuarteto de jazz en Washington Square. Y se queda absorto con el pulso de la ciudad más vibrante del mundo.
Las aceras de Nueva York están salpicadas de trampillas metálicas que quedan bajo el paso del viajero, que las pisa ajeno a su existencia. Un candado cierra dos hojas de chapa que se pliegan sobre las escaleras empinadas por las que se accede al sótano del edificio. En ocasiones se abren y muestran las entrañas de la ciudad, esa parte que no se ve, pero que sostiene el ritmo loco del lugar más endiablado del planeta. Es un submundo imprescindible de trabajadores ilegales, latinoamericanos emigrados sin seguro médico, gentes que no hablan inglés, que se ocupan de que la maquinaria no pare. Hombres de poca estatura que suben cajas, bajan botellas o se secan el sudor o el agua de lluvia que cae sobre ellos. Reflejan su desazón por el mundo sin perder la sonrisa. Ocasionalmente se escucha la celebración de un gol del América de Cali o de los tiburones rojos de Veracruz. A veces se ve a una pareja que intercambia miradas con un fondo de merenge o de reaggeton; uno imagina que al llegar la noche y terminar la jornada, volverán a buscarse como dos adolescentes en algún rincón, antes de volver a sus casas de Brooklyn, de Queens o del Bronx. Son gentes que dejaron su tierra, la que sueñan cada noche, para sacar a los suyos de la miseria. Son personas de mil historias, de mil desdichas. Son los viajeros que llegaron de noche, con la ayuda de los coyotes que amenazan a sus familias si no pagan sus deudas infinitas. Las guías de viajes no miran a los sótanos, lugares inhóspitos enfoscados en bruto, donde los que no aparecen en los censos se mezclan con las ratas, bajo restaurantes lujosos, donde un cliente da su aprobación a un pescado recién traído de cualquier confín del mundo.
New York, 24 de octubre

Esta es la vida del emigrante
del vagabundo del sueño errante.
Coge tu vida en tu pañuelo
con tu pobreza tira pa´lante.

"El emigrante", Celtas Cortos.

Marina

Es algo difícil de explicar, porque lo que produce es una emoción contenida que se agarra en la boca del estómago. Y las cosas de las vísceras son más difíciles de contar. Acaba de aparecer entre nosotros y ya es imprescindible. Y sobre todo está. Porque lo que importa es que la tenemos para contemplarla, para disfrutarla, pare verla crecer. Todavía no la conozco y ya la echo de menos. ¡Marina, nos vemos en dos meses! ¡Ya verás qué pronto pasan!
New York, 24 de octubre

miércoles, octubre 12, 2005

Amenaza terrorista en el metro de Nueva York

Hoy hemos sabido que la amenaza terrorista en el metro de Nueva York que se anunció el jueves pasado se basó en una información no contrastada. La sección encargada de terrorismo del Departamento de Policía de Nueva York (NYPD) recibió la notificación de la amenaza y decidió establecer medidas especiales, como colocar oficiales de policía en cada tren o hacer demostraciones de fuerza en cada centro de transportes, en los que se situaron contingentes de policía con ametralladoras. Junto a estas medidas, impulsadas por el alcalde en persona, Michael R. Bloomberg tomó la decisión de informar a la población de la existencia de “un riesgo muy específico de atentados terroristas en el metro”, con el fin de que extremaran las precaciones.
La operación ha sido muy costosa, tanto por los costes directos -horas extras de oficiales destinados a la vigilancia de los vagones -, como por los indirectos –sobresaturación del tráfico en superficie -, así como por los de oportunidad –la reducción de la presencia policial en otros ámbitos. Ha modificado los hábitos de miles de neoyorquinos, que han cambiado sus rutas de casa al trabajo. Y ha devuelto el miedo a muchos ciudadanos que van superando poco a poco los efectos de los ataques contra las torres gemelas.
El alcalde ha reiterado su compromiso de luchar contra el terrorismo de la forma más enérgica, empleando todos los medios a su alcance cada vez que haya una amenaza, por pequeña que sea. Es un compromiso personal firme desde que ocupa la alcaldía y es algo que le agradecen los ciudadanos de Nueva York, que muy probablemente le confirmarán en el cargo en las próximas elecciones, que tendrán lugar en unas semanas.
Nadie cuestiona que cualquier medida es insuficiente cuando se trata de salvar una vida humana. El empleo de todos los medios policiales al alcance para neutralizar cualquier paquete sospechoso parece apropiado, a pesar de que algunos de los más altos responsables de la Seguridad Nacional, órgano de ámbito federal, hayan manifestado su sorpresa por lo que han calificado como una sobrerreacción del NYPD.
Sin embargo, la conveniencia de que el alcalde Bloomberg apareciera en todos los medios exhortando a los neoyorquinos a extremar la vigilancia es discutible. En los últimos meses lleva en marcha una campaña denominada “Si ves algo, di algo”. Este lema se anuncia por megafonía y aparece en carteles en estaciones y vagones, así como en el reverso de los billetes de metro, junto al número de teléfono gratuito del servicio de emergencias policiales. En una población ya de por sí acostumbrada a desconfiar de cualquier elemento sospechoso, ya se trate de una persona o de un paquete, la reacción de la ciudadanía no ha sido más que la de reducir el uso del metro hasta lo mínimo posible, con las consecuencias que ello tiene para una ciudad de estas dimensiones. Pasada la amenaza, queda la sensación de que existe un riesgo elevado de ser objeto de ataques terroristas, lo que hace que la seguridad recupere el protagonismo perdido, abandonada durante los últimos días de campaña por el asunto del teatro de Harlem.
En una ciudad profundamente demócrata, las cotas de popularidad de Giuliani y el propio Bloomberg han sido más altas cuanto mayor ha sido la importancia que han atribuido los ciudadanos a la seguridad. Diferentes estudios reflejan que es una cuestión muy sensible: cuando se considera que la seguridad es importante, el candidato que presenta mejores credenciales en este apartado tiene las de ganar. En estas circunstancias, Fernando Ferrer, el candidato demócrata, no ha tenido otra alternativa que pedir una aclaración sobre los riesgos reales de la amenaza terrorista. Con una estrategia perfectamente medida, el candidato Blooomberg habla de la reducción del nivel de alerta, que se mantiene, mientras su equipo de campaña ataca a Ferrer por querer mezclar la política con la seguridad de los neoyorquinos.
Bloomberg, denostado por muchos republicanos, alabado por no menos demócratas tiene un estilo muy particular de hacer política. Multimillonario, ha renunciado a su sueldo de alcalde, así como a financiar su campaña con la ayuda de grupos de presión. Criticado por el gasto de más de cincuenta millones de dólares en lo que va de campaña, su portavoz sale en su defensa diciendo que “Michael [Bloomberg] utiliza su propio dinero porque no quiere hipotecar el futuro de la ciudad”. Desde que está en la alcaldía ha continuado con la política de tolerancia cero impuesta por Giuliani, que ha dado lugar a una reducción aún mayor de los niveles de delincuencia, lo que le ha elevado a cotas de popularidad desconocidas. En lo civil, se ha caracterizado por la introducción de medidas calificadas por liberales por parte de sus detractores republicanos. Y en lo social sigue volcado en apoyar el acceso de las clases más desfavorecidas a colegios de calidad. Ferrer lo tiene muy difícil y no parece que vaya a ser capaz de capitalizar la abrumadora mayoría de los demócratas en el registro de votantes, en una proporción de cinco a uno. Quizás este asunto del metro disminuya aún más sus posibilidades.

“No sé si los datos del informante son verdaderos o no, pero no me parece que importe”
Michael R. Bloomberg

martes, octubre 11, 2005

La bandera de Cuba
En Manhattan se ven muchas banderas de Cuba, aunque dice Carlos que no tantas como en Miami. Aquí hay muchos cubanos que salieron de Cuba en los primeros días de 1959. Y sus hijos, nacidos en Estados Unidos, que también se reivindican como cubanos. Estas banderas de Cuba representan la añoranza de lo que perdieron, el deseo de volver. Simbolizan un sentir que cantó Gloria Estefan, la exaltación del amor por la tierra, el dolor por estar lejos. También le sirven al cubano de Nueva York para mostrar el orgullo de serlo. Es la reivindicación de los orígenes que tanto gusta al neoyorquino hijo de emigrantes. La bandera de Cuba preside una fiesta de cubanos de Queens. Comen camarones, tostones, pollo y frijoles. Escuchan música de Compay y de Celia Cruz, beben buen ron y rehúsan hablar de política. Discuten de beisbol a gritos, alabando o denostando a los Yankees. Celia dice que la mayoría son contrarios a la revolución, pero que los hay que la apoyan. También cuenta que todos tienen presentes a sus familiares en la isla y que no les gustó la última medida sobre el endurecimiento del bloqueo. Algunos no han vuelto a Cuba, pero otros dicen que van todos los años y que van a seguir haciéndolo.
La bandera de Cuba se exhibe en España como muestra de apoyo a la revolución. Representa la utopía conseguida en un país caribeño que resiste a noventa millas del enemigo imperialista. Encarna la superación de la lucha de clases, el acceso a una educación y a una sanidad de calidad. A veces se entremezcla con la bandera del Ché en fiestas de solidaridad con el pueblo cubano y contra el bloqueo de los Estados Unidos. Preside un mostrador donde se recogen material escolar y medicinas que enviarán a la isla para aliviar los efectos del bloqueo y de una economía ineficiente. Aparece en los puestos que ponen los comunistas en las fiestas de los barrios, donde se sirven mojitos y se toca a Compay Segundo, a Silvio Rodríguez y a Carlos Puebla. Y todos hablan de Cuba. Los que sueñan con conocerla y los que quieren volver.
La bandera de Cuba ondea en casi todos los rincones de la Habana. Se muestra por el orgullo de ser cubano y de ser socialista. Algunos la exponen por otras razones, motivos que nunca se atreven a contar. Se exhibe en los soportales de las casas elegantes de la Rampa y colgadas de las ventanas de algún piso decrépito de Centro Habana o la Habana vieja. Aparece como fondo de un mural con consignas revolucionarias. Es una bandera nacionalista que reclama el derecho de los cubanos de Cuba a decidir por sí mismos. Es un canto a la resistencia frente a los envites del enemigo, a la revolución del pueblo, a las conquistas sociales. Se luce en las fiestas que organizan los comités de defensa de la Revolución, donde se escucha a Compay y a la vieja trova santiaguera, donde se bebe mal ron de la bodega y donde jóvenes prometedores se enzarzan en discusiones marxistas. En ellas también se habla de béisbol a gritos, del glorioso equipo de Pinar del Río. Y comen tostones y arroz con maíz. Y pollo y camarones cuando se consiguen. Y todos hablan del placer de vivir allí, de gozar de la vida a su ritmo. 
La bandera de Cuba representa lo que uno quiere. Se exhibe en mucho lugares, por gentes diversas. El ideario colectivo invita a interpretarla de forma diferente en distintos contextos. Pero para todos es el símbolo de Cuba, la tierra que aman. Cada uno a su manera. 

"De mi tierra bella, de mi tierra santa, oigo ese grito de los tambores y los timbales al cumbanchar. Y ese pregón que canta un hermano, que de su tierra vive lejano y que el recuerdo le hace llorar, una canción que vive entonando de su dolor, de su propio llanto, y se le escucha penar." 
 Mi Tierra, Gloria Estefan

Puede que algún machete
se enrede en la maleza;
puede que algunas noches
las estrellas no quieran salir;
puede que con los brazos
haya que abrir la selva,
pero a pesar de los pesares,
como sea, ¡Cuba va!

¡Cuba va!, Silvio Rodríguez

domingo, octubre 09, 2005

En el Madison Square Garden
En Manhattan se puede caminar de este a oeste, de sur a norte, sin detenderse ni un instante, ayudado por los semáforos. La lluvia cae con intensidad dirigida por un viento fuerte del norte. La temperatura es templada, pero la lluvia cala hasta los huesos y deja una sensación desagradable. Esquivando charcos y taxis, se tarda media hora en ir desde la calle 21, en los alrededores de la segunda avenida, hasta la parte de la calle 31 comprendida entre la séptima y la octava. 
Una riada humana indica la dirección de la entrada del Madison Square Garden. Ya ha empezado a tocar Keane, que hace de telonero de U2. Las entradas están agotadas desde el día que salieron a la venta. Y desde entonces no hacen más que llegar mensajes a Craigslist, ofreciendo entradas a un precio muy superior al que aparece en el billete. La reventa está expresamente prohibida, pero la gente se afana en explicar que ha surgido un imprevisto que le impide asistir al concierto. A medida que se aproxima el comienzo del espectáculo, las entradas van perdiendo valor para el vendedor, por el riesgo de no venderlas. Horas antes del espectáculo ya pueden encontrarse al precio original, el que vienen reclamando desde el primer día los muchos compradores que también se anuncian. 
Una canción muy conocida de Keane suena mientras siguen llegando personas al Garden. Algunos se lamentan por los pasillos, mientras buscan su localidad, por perderse la única que conocen. Aunque es un grupo en vías de consagración no consigue enganchar a los pocos espectadores que les escuchan. Empeño no les falta, pero saben que el público no ha ido a escucharles a ellos. Están los que atienden con vocación de disfrutar, pero la mayoría deja pasar el tiempo hasta que llegue el momento en que toque U2. Terminan poco después de empezar con esa canción tan conocida que sonaba al comienzo. Antes de marcharse invitan al público a pasarlo en grande con el plato fuerte de la noche, con un cierto aire de resignación por no haber conseguido cuajar. Tuvieron más éxito en Barcelona, sin duda. 
Tengo la impresión de que los americanos esperan ansiosos un momento breve de intensidad colectiva, que experimentan subidas y bajadas bruscas en su nivel de entusiasmo y que disfrutan más con los instantes que los europeos. Quizás por eso acogieron mejor a Keane en Barcelona, donde el concierto se vivió como una experiencia festiva que ocupó todo el día, donde teloneros, voluntarios de Amnistía Internacional recogiendo firmas y vendedores de camisetas y bocadillos formaban parte de las diferentes atracciones de la fiesta. 
Minutos antes de que comience la función, los pasillos son un hervidero de gente que hace colas para comprar cerveza y para entrar en los lavabos, de gente que aprovecha los últimos instantes para decirle a sus amigos que están a punto de ver a U2 en vivo. El público va llenando lentamente las gradas del palacio, que parece construido para albergar este concierto. Las luces van bajando en intensidad y suena un melodía que sugiere la llegada inminente del grupo. El público centra su atención en el escenario, tratando de adivinar el lugar por el que aparecerán los músicos. No se ha colocado la pantalla gigante que había en Barcelona porque en el Garden hay gente situada de espaldas a la banda. En su lugar, en el momento que sale Bono se despliega una cortina traslúcida sobre el escenario que permite proyectar imágenes sin impedir la visión. 
La puesta en escena es magistral. El concierto no comienza con “Vertigo”, como empezó en Barcelona. Quizás por ser en Nueva York, empieza con “City of blinding lights”, a la que siguen “Vertigo” y “Elevation”, antes de que Bono comience a interpelar al público, reclamando una concordia colectiva que desata las emociones de los presentes. Continúan con “I will follow”, que también tocaron en Barcelona con el agrado patente por el tema que les dio a conocer, y que desata una pasión casi histérica, la misma que desencadenan tantas otras canciones que suenan, tanto del disco nuevo como de los clásicos. La fiesta está salpicada por la reclamación de los derechos humanos para todas las personas, por menciones a la coexistencia de las diferentes civilizaciones en el mundo, por llamadas a la paz, por el recuerdo de África. Los seis primeros artículos de la declaración universal de los derechos humanos, proyectados en una pequeña pantalla, desatan la euforia de los presentes, aunque no tanto como en Barcelona, donde tengo la impresión de que se mezclaron la especial sensibilidad de los barceloneses por las cuestiones humanas y la emoción que despierta en ellos el uso del catalán por quienes no lo tienen como lengua materna. 
El Garden al completo canta la canción de cumpleaños feliz para un amigo de la banda, como en Barcelona la hubo para “The Edge”, que quería tocar allí el día de su cumpleaños y al que regalaron la camiseta del Barça con el número 10, que reconoció como la de Ronaldinho. Bono no se ha enfundado con la bandera de los Estados Unidos, como tampoco lo hizo con la española en el Calderón, según tengo entendido, lo que refuerza la intensidad del guiño que tuvo al mostrase envuelto en la senyera en el concierto de Barcelona. Al final se echan de menos “I still haven’t found what I’m looking for”, “Walk on”, el bis de “Vertigo” que acabó con el recital de Barcelona y, quizás por el escenario, “New York”. Seguro que cada uno de los presentes echa en falta su propia canción, esa que espera toda la noche, cada vez que empiezan a tocar una nueva. 
No parece que la gente acabe en el estado de éxtasis que tenía el público de Barcelona. Quizás estén más acostubrados. La concordia vivida durante el concierto se va desvaneciendo mientras la marabunta se abalanza a por los taxis que esperan bajo el diluvio a los que consiguen ser los primeros en acercarse a la calzada. También hay triciclos a pedales. No consigo explicarme la razón por la que hay personas que utilizan estos vehículos, que avanzan despacio entre la maraña loca de taxis amarillos, titubeantes, como asustadizos, movidos por el pedaleo del conductor, que chorrea por el aguacero. Quizás es la falta de taxis, a pesar de los muchos que hay, o el aliciente de lo exótico. Me pregunto si serán más baratos, aunque dudo que esa sea la razón por la que los utilizan en Nueva York. 
Los pubs de la séptima avenida tienen las puertas abiertas para que se escuche U2, que está sonando dentro. Supongo que siempre utilizan como reclamo la música del grupo que acaba de tocar en el Garden. Todos están de par en par y una chica guapa sonriente en cada uno de ellos invita a entrar. Se van llenando de aficionados, recien salidos del palacio, que vuelven a emocionarse cantando las mismas canciones que han sonado en el concierto. 
El camino que lleva a la casa de Carola, que está seis calles más abajo, está lleno de paraguas tirados por la calle, rotos por la lluvia y el viento. En Nueva York se tira todo y siempre hay quien lo recoge. Carola va amueblando su casa con lo que va encontrando y le está quedando muy bien. Cada día hay algo nuevo, que ha ido arrastrando con la ayuda de sus amigos. Ella se queja de que no tiene tiempo para cuidarlos, para organizar algún encuentro en su casa, para poder reunirse con ellos. Ella no puede salir por las noches, porque prefiere que Raimundo no salga de casa, porque sólo tiene ocho meses y está en un momento en que hay que respetar sus horarios de sueño. Entre el niño y el máster no tiene tiempo para nada. Pero se va haciendo a la vida en Manhattan. 
Uno siempre se siente bien en su casa, porque te recibe con agrado y con una cerveza, mientras desmenuza los detalles de su última experiencia en la escuela de arte en la que estudia. Le apasiona lo que hace y está encantada con cada gesto del “nuni-nuni”, que es como llama a Raimundo cuando se dirige a él con la emoción de una madre. 
Los indigentes han reaparecido una vez que se ha ido la lluvia. El camino de vuelta a casa, entre Chelsea y Grammercy por la calle 23, está siempre lleno de mendigos que aparecen en cualquier recodo, en todos los rincones, y que se agolpan en torno al parque que está en la confluencia de Broadway con la quinta avenida. Están cubiertos por completo con mantas rahídas, junto al cartel en el que explican la razón de su pobreza. Son muchos. Son tan habituales en el paisaje que la gente ni los mira. Uno tiene la impresión de que aquí, más que en ningún otro sitio del mundo desarrollado, están abandonados a su suerte. 

“Artículo 22 Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.”
Declaración Universal de los derechos humanos, adoptada y proclamada por la Asamblea General de la ONU el 10 de diciembre de 1948.

viernes, octubre 07, 2005

Impresiones, mi ventana al mundo
El 15 de abril de 1874 se abre el antiguo estudio del fotógrafo Nadar, en el 25 del Boulevard des Capucines de París, para mostrar las obras de un grupo de pintores. De pincelada libre, intuitiva y espontánea, los impresionistas se preocupan por plasmar su visión de la realidad, sus impresiones. En un momento en que la fotografía empieza a competir con las creaciones realistas, los impresionistas tratan de buscar nuevos ángulos desde los que captar sus percepciones.
Impresiones, este blog, es la plasmación de mis visiones del mundo. Vivimos días de afluencia continua de información sin orden que se presenta como realidad y que desborda nuestra capacidad para pensar sobre el entorno que nos rodea. Impresiones es un intento íntimo de revelarme contra esta apatía de forma espontánea, intuitiva y libre. Es una ventana abierta al mundo en la que trato de expresar mi percepción sobre cualquier aproximación a la realidad que me deja una impresión.
Bienvenida a este blog. Bienvenido a Impresiones.
New York, 6 de octubre


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