martes, noviembre 29, 2005

Zamba del olvido

En ocasiones, uno encuentra que el sentimiento que quiere expresar no le pertenece, que otros lo han experientado de la misma forma y que, por esa razón, no es único. Genuina puede ser la vivencia, como mucho. A veces y aunque parezca paradójico, las sensaciones son tan nítidas, que uno no encuentra las palabras precisas para describirlas. Entonces, uno echa mano de la expresión de ese parecer que escribieron otros, con mucha más fortuna y delicadeza que la que uno acierta siquiera a imaginarse para sus escritos. En este caso, el maestro es Jorge Drexler. Los ecos de lo que cantó algún día me están acompañando en casi todos estos momentos de trabajo de esta semana que no deja respiro. Su expresión, aparte de acertada, es preciosa, ¿no?


Olvídame,
esta zamba te lo pide.
Te pide mi corazón
que no me olvides, que no me olvides.

Deja el recuerdo caer
como un fruto por su peso.
Yo sé bien que no hay olvido
que pueda más que tus besos.

Yo digo que el tiempo borra
la huella de una mirada,
mi zamba dice: no hay huella
que dure más en el alma.

"Zamba del Olvido", Jorge Drexler

sábado, noviembre 12, 2005

A la española
Al final el partido acabó 5-1. Nadie lo hubiera dicho, visto el juego de la selección en la fase de clasificación. Pero al final, a última hora, muy a la española, nuestro equipo acaba haciéndonos olvidar lo mal que lo ha hecho durante estos meses atrás. No sé si ha sido producto del trabajo o fruto de la suerte. Supongo que un poco de ambas cosas. Curiosamente, en este breve lapso de tiempo entre el anterior y este escrito acabo de ver un poco de luz al final del túnel de este artículo que llevo dos meses intentando escribir. No sé si por azar, o por algo de tenacidad, he acabado sabiendo dónde quiero llegar. Ahora se trata de recorrer ese camino y ver dónde nos lleva. Espero que el partido de hoy sea un buen presagio de lo que nos queda. Siempre está el partido de vuelta y las cosas pueden truncarse cuando uno menos se lo espera. Pero, por el momento, uno se alegra de que las cosas se vayan enderezando, aunque sea así, a última hora, tan a la española.
Tardes de fútbol
Delante de mi ordenador portátil, en la era de la tecnología, oigo el partido de ida de la respesca que enfrenta a España y a Eslovaquia por un billete para el mundial de Alemania. Quiero que gane España. Me gusta ver los partidos del mundial en los bares de mi barrio, rodeado de forofos que solo se ponen de acuerdo conmigo cuando juega la selección; las cosas de ser madrileño y del Barça. Los primeros partidos del mundial de Corea y Japón los viví en Inglaterra, un poco asustado por los malos modales de estudiantes imberbes que me increpaban cada vez que me cruzaba entre ellos y la pantalla. El partido de clasificación para cuartos de final, frente a Irlanda, lo vi un día muy caluroso sentado en una plaza al lado del Hôtel de Ville de París, junto a cientos de españoles. Fue una semana mágica descubriendo una ciudad por cuarta vez; París no era la misma, al recorrerla con un amor de mi vida. La eliminación a manos de Corea la vi con mi gente, muy de mañana, entre el enfado por el arbitraje que nos apeó del sueño, como tantas otras veces, por tantas razones diferentes.
Maldini y Alcalá están explicando las virtudes del juego de nuestro equipo, que parece que lo está haciéndo bien. Paco González remacha algún aspecto negativo, interrumpido por algún grito de Pepe Domingo Castaño, que anima con el corazón y pide paso para fumarse un purito Reig. Quien escucha el "carrusel deportivo" en esas tardes de domingo de fútbol en la SER no puede imaginarse un partido sin puritos, coronitas o viajes de talonario Bancotel. Manolo Lama está relatando con entusiasmo -como siempre- el trascurrir del partido; el cambio de juego de Albelda en el centro del campo, el pase al toque de Xavi, que está jugando adelantado,... ¡Espera, que la tiene Luis García!,... ¡¡Goooooooooooooool!! Esto, que empezaba con otra idea, se acaba de interrumpir por la cara de sorpresa del vecino, que acaba de asomar la cabeza por la ventana, asustado por mi grito de alegría. Parece que en Manhattan no saben que juega España. Sorpresa, por cierto, la mía, que acabo de enterarme de que es el segundo que marcamos en menos de diez minutos. Uno está tan ensimismado en lo que escribe que deja de escuchar lo que oye.
Pero quería decir, al empezar este relato, que en la era de la tecnología, frente a un ordenador portátil, me parezco a mi abuelo Domingo. Lo recuerdo en su catorce-treinta blanco impoluto, al que sacaba brillo con empeño, con su pelo negro bien peinado hacia atrás, con su cara de Marcelino. Lo recuerdo fumando un Ducados con la ceniza infinita en el extremo; de vez en cuando abría la ventanilla, con un giro cansino del hombro, para dejar que cayera fuera del coche, con un golpe seco del brazo, hacia delante, muy distinto del gesto del dedo índice que vemos en los hombres de hoy. Miraba la radio de soslayo, un poco ausente, y ponía mucha atención, como abstrayéndose del mundo, cuando se oían los pitidos que anunciaban un gol en no se sabe qué campo. Siempre sostenía un bolígrafo Inoxcrom, la mitad plateado, la otra mitad granate, y el calco de una quiniela que siempre empezaba siendo de catorce, cuando la depositaba en la casa de loterías de la calle Boltaña. Al final, la mala suerte y mil injusticias que maldecía sin mucho entusiasmo le dejaban con siete u ocho aciertos. Su decepción la curaba algún gol de Víctor desde fuera del área, un remate de Migueli al palo en el lanzamiento de un saque de esquina, un pase medido de Schuster o la galopada de Julio Alberto por la banda izquierda. También le escuché maldecir la suerte de Juanito o de Santillana, que nunca merecían los goles que marcaban. A veces detenía mi bicicleta, la volcaba sobre un pedal, junto al coche, y golpeaba la ventanilla con los nudillos. -Dichoso chico-, solía decir, con su enfado amable, mientras abría la ventanilla. Me apoyaba con los brazos en la puerta y lo miraba con atención.- ¿Cómo va la quiniela, abuelo? -La hostia del Eibar, que me ha vuelto a joder. Así era; siempre había un culpable que estropeaba su quiniela. -¿Y el Barça?. -Dos-uno, ahí va de ahí- me interrumpía si oía los pitidos anunciando un nuevo gol. Yo me marchaba a seguir jugando y allí se quedaba él, esperando hacerse rico, como tantas veces había imaginado. O dejando pasar el tiempo, quién sabe, con la rutina de siempre.
No sé dónde veré a España jugar el mundial. Queda mucho tiempo y el futuro se presenta un poco confuso. De momento, seguimos ganando dos a cero; tenemos margen. Pero uno nunca sabe si un quiebro inesperado de las circunstancias cambiará nuestras ilusiones antes de tiempo, como tantas otras veces. Acaba de marcar Eslovaquia. Prefiero no tomármelo como un presagio metafórico de lo que me queda por delante. Creo que ya va siendo hora de acabar este relato y ponerme a trabajar un poco, no sea que el destino acabe jugándome una mala pasada.
"Y no conocen la prisa
ni aún en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino,
donde no hay vino, agua fresca. Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y un día como tantos,
descansan bajo la tierra".
"He andado mucho caminos", Antonio Machado.

viernes, noviembre 11, 2005

Los caminos del azar
Newland Archer se dirigió hacia el mirador donde estaba la condesa Olenska. Un deseo irrefrenable le empujaba a verla, pero decidió que sus miradas no se cruzaran. Él vio su silueta al fondo, junto a las aguas, y pensó que solamente se acercaría si ella se giraba. Quizá un viento molesto en su cara o un ruido tras de sí le harían darse la vuelta y encontrase con la figura de un hombre que la contemplaba deseoso de encontrase con ella. Pero el día era apacible y silencioso; ella permaneció inmóvil y él se marchó con el abatimiento que produce el fracaso. Uno querría decirle que ella también quería verlo y que era muy sencillo que pudieran disfrutar de la compañía mutua. Pero él quiso que fuera el azar el que dispusiera el encuentro. Y aquel día la suerte no se puso de su parte.
Qué fuera lo que empujó a Newland Archer a decidir que una absurda coincidencia pudiera cambiar el guión ya escrito de la película es algo que queda a la interpretación libre de cada cual. Es posible que le invadiera el hastío de ser el único en querer cambiar el destino ya decidido de dos personajes; o la fe ciega en que los acontecimientos acaban donde tienen que hacerlo, sin que uno deba desafiar las fuerzas de la naturaleza con demasiado empeño. Uno quiere pensar que se equivoca, que el destino lo decide uno mismo. En ocasiones, uno piensa que las cosas pueden ser como las sueña, si persiste en el intento. Pero en otras, uno prefiere no tensar las cuerdas que manejan las marionetas que somos y dejar que la mano invisible nos libre de la carga de decidir nuestro horizonte.
El frío ha caído sobre la isla de Manhattan. La humedad asfixiante de los primeros días ha ido desaparecido lentamente entre las nubes grises que han ido cubriendo la ciudad de forma silenciosa. Las manos tiemblan buscando los bolsillos, la nariz enrojece, la cara se tensa y el paso de pies fríos se acelera buscando un lugar más cálido en el que poder detenerse a pensar. La frialdad le recuerda de sopetón que ya ha pasado el ecuador de su estancia en Nueva York. Sólo quedan cinco semanas, que cada día parecen más insuficientes para volver con los deberes hechos. Una cuesta abajo que uno siente que se hace más picada a cada momento. Unos días que uno siente escasos para cerrar una etapa.
La ciudad sigue su ritmo frenético y no espera a los rezagados. Park Avenue South es un hervidero de personas que se encuentran para vivir una noche de viernes lejos de la soledad que se apodera de las gentes en un espacio sin tregua. Esperan a que los semáforos detengan el devenir imparable de taxis amarillos entre sonrisas y gestos de ternura. El hombre que apenas sobresale del puesto de cacahuetes en el que trabaja a la intemperie dejó de mirar las caras del triunfo hace tiempo. Se afana en calentarse frotando sus manos decrépitas por el frío y unos genes que no quisieron darles la forma habitual. Uno evita su rostro y dirige la mirada hacia un ventanal que le separa de una pareja que escenifica poses ensayadas en momentos de soledad. Y pasa de largo.
¿Qué planes tienes para mañana? No lo sé. Sólo puedo pensar en el día que se está marchando hoy.
"Caminante son tus huellas
el camino, nada más;
caminante no hay camino
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino
sino estelas sobre el mar.
¿Para que llamar caminos
a los surcos del azar...?
Todo el que camina anda,
como Jesús sobre el mar."
"Caminante no hay camino", Antonio Machado

martes, noviembre 08, 2005

Jugando a poetas
Hace unos días jugamos a ser poetas. Como aquel mendigo en la ribera del Danubio de "Antes del Amanecer", alguien ofrece dos palabras para que otra persona construya un poema en unos minutos. Yo nunca he escrito una poesía y me gustaría ser capaz de hacer una como la que sigue, que escribió mi amiga a partir de corazones y luna. Esa noche en la isla de Manhattan nos acordamos de la "Noche en la isla" de Neruda, del burro Platero y del Principito. Os dejo con su poema y con un fragmento del encuentro entre el Principito y el zorro.

"Se me escapa la luna de las manos
y la dejo caer,
está solita.
Se perdió en la noche
porque las noches son muy grandes,
son inmensas.
Hay corazones que no caben
en una sola noche
y existen fronteras que cuando las alcanzas
vuelven a crecer".

New York, 4 de noviembre

"Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo. El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
—Por favor... domestícame —le dijo.
—Bien quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.
—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
(...)
Y cuando se fue acercando el día de la partida:
—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.
—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
—Ciertamente —dijo el zorro.
—¡Y vas a llorar!, —dijo él principito.
—¡Seguro!
—No ganas nada.
—Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo".

"El Principito", Antoine Saint Exupéry

Duelo en Granada
Mientras las familias de los seis fallecidos en el accidente de las obras de la autovía del Mediterráneo lloran a sus muertos, dos personas se afanan en el interior de un coche en romper los documentos que nos pueden permitir entender lo que ha ocurrido. Planos de túneles, contratos de trabajo, una auditoría y otros papeles yacen casi destruidos en el fondo de un contenedor de Pulianas mientras los cuerpos inertes de cinco portugueses y un español se van enfriando poco a poco. Ellos son las víctimas de las grandes constructoras, que apelan a la especialización de las subcontratas de las subcontratas de las subcontratas para justificar el abandono de las obras que les corresponden. El próximo 1 de noviembre nuevas familias se acercarán a los cementerios de Portugal a llorar la muerte temprana de seres inocentes. Y otro año serán más, muchas más Navidades sin los seres queridos. Nadie puede restituir una vida segada de cuajo, ni devolverle el padre a ese niño huérfano. Ójala no se repita nunca más. Y ójala algún día veamos a los responsables últimos dar con sus huesos en la cárcel.

lunes, noviembre 07, 2005

Identidades
Esta mañana, al abrir mi correo, me he encontrado con unas reflexiones de un buen amigo y compañero de doctorado. Creo que merece la pena detenerse a leer lo que él piensa, que adjunto debajo. A mí me parece que es un análisis muy interesante. Siempre me gusta hablar con Joan. Se aprende mucho y se disfruta. El único problema es que no solemos discrepar demasiado y, así, pierde emoción. Os dejo con sus impresiones.
"Te escribo porque llevo un par de dias pensando mucho en lo que esta pasando en Francia. Me parece una situacion complejisima. Creo que en la base hay visiones politicas tal vez ya transnochadas, con inmigrantes de 2a generacion que deberian ser considerados como franceses y no parece que lo sean, con una pobreza descarada que nadie intenta ni tan siquiera maquillar, con jovenes que no se sienten de ningun lado. Y creo que es en este ultimo punto donde se encuentra el meollo del problema. ¿Has leido nunca el paper de Akerlof & Kranton sobre Economics and Identity (QJE)? Todo esto, y recordar unas palabras de Maragall (algo asi como que una nacion se fundamenta en una ciudadania que se sienta orgullosa y participe de sus instituciones, entendiendo lo que esto comporta en materia de derechos y deberes) me ha hecho pensar que dos fenomenos tan diferentes y tan de actualidad, como lo ocurrido en Francia y la discusion y la incompresion sobre el tema del estatut, y la deriva anticatalanista en que esto deriva entre algunos sectores, tienen una raiz comun: la identidad.
En el primero de los casos parece, a mi entender, que hay una falta de identificacion de estos destructores de colegios, coches y demas. No se sienten franceses, pero, por ejemplo, tampoco argelinos. Estan en tierra de nadie, y solo alguien que no siente como suya una escuela donde pueden ir a clase cada dia sus hermanos puede decidir quemarla. No se sienten franceses, aunque la ley diga que lo sean. Bajo mi punto de vista este es un gran error que demuestra que "la grandeur" francesa esta en horas bajas. Así, creo que ahora mismo este es un problema de dificil solucion porque no basta con mas educacion. La integracion social se consigue a traves de la accion, impulsada por el gobierno pero avalada por un pueblo que crea que esta accion colectiva vale la pena. No me parece que el gobierno este por la labor, y menos viendo cual esta siendo la reaccion dirigida por Sarkoszy, pero lo que puede ser peor, no tengo claro que la sociedad francesa este entendiendo que esto no es un problema de immigracion, que no son "los de fuera" los que estan cometiendo esta ola de crimenes, sino "los olvidados de dentro" que , sí, tal vez son de otra raza, pero que son tan franceses como ellos, y que solo una indiferencia completa hacia el futuro debido a un presente de pobreza extrema, y a un pasado de dominacion que ya no es su pasado, sirve de mechero para la quema de colegios y coches.
Por otro lado esta el tema del estatut. He visto varias encuestas en que a la gente no le gusta el termino "identidad catalana" y quieren mantener en el estatut el termino de nación. A mi en cambio me gusta mucho el termino "identidad catalana", mucho mas que nacion. Creo que hay una poblacion, que no tiene porque coincidir, y no coincide, con la totalidad del pueblo catalan, que siente con orgullo sentirse ciudadano catalan, en el sentido mas "maragalliano" del termino (de hecho yo me senti orgullosamente representado en el congreso por Mas, Carod y de Madre, aunque no compartiera completamente sus opiniones). Creo que hay una identidad catalana y que esta identidad genera un sentido de pertenencia a algo que va mas alla de una comunidad autonoma. No tengo ni idea de si somos una nacion, de si España es una nacion, o de si tan siquiera existen esto que llamamos naciones. Lo que si creo es que existen "identidades", que estas identidades no tienen porque ser disjuntas y que afectan a nuestra funcion de utilidad. ;) Nunca me he considerado nacionalista, pero pensando en Francia he acabado obteniendo una idea mas clara de lo que pienso sobre Catalunya y su relacion con España. Muchas veces hemos hablado sobre el tema, pero creo que nunca como ahora me he podido definir mejor: no soy nacionalista, soy identidista."
Joan de Martí
El arraigo
Descubrí el arraigo cuando conocí a Elena, que se había pasado toda su infancia viviendo en diferentes países. Ella no sabía lo que era y llevaba esa huella en la obsesión por la inmediatez que rodeaba todo lo que hacía. Reconstruir una infancia sumando recuerdos que no se solapan puede ahogarte de por vida. Uno busca referentes que no existen y cuerdas que le aten y la melancolía por lo que nunca pasó le atenaza cada vez que se entrega a la pasión de vivir. 
También vi el arraigo en Griselda, que empezó a escuchar tangos cuando se marchó de Buenos Aires, para casarse con un español. Ella se afincó en Madrid y supongo que allí sigue, con la misma nostalgia de Avellaneda cuando está acá que por Chueca cuando está allá. Decía que le gustó el tango cuando empezó a recordarle las calles que había dejado al otro lado del Atlántico. Le gustaba recrearse en sus recuerdos tristes y nunca supe si dejó de maldecir a aquel madrileño que le hizo ser de dos mundos y añorar uno de ellos a perpetuidad. 
He visto el arraigo en un buen amigo que vive en Brooklyn entre fotos de un río del Norte Chico y de la casa que construyó su abuelo en Santiago. Y también he visto el arraigo en Miguel, que vende salami en un supermercado de Manhattan y que ahorra para llevar cada año a sus hijos a la tierra donde no pudieron nacer.
El arraigo es el amor por las raíces que surge cuando uno está lejos. Es el sentimiento que nace de la identidad propia. Es el miedo a no poder mirarse en el espejo de la infancia. Hoy he visto el arraigo, junto a una ventana de Brooklyn, entre el mal humor de las mañanas de lunes, al ver una sonrisa que sólo ha brotado al rescatar un puñado de pesos chilenos del bolsillo de un abrigo olvidado en el fondo de un armario.
New York, 7 de noviembre

sábado, noviembre 05, 2005

Noche fría de julio
Ese chico que jugaba contigo a las chapas en unos montones de arena ha venido a saludarte. Hacía un tiempo que no sabías nada de él y las fiestas del barrio han vuelto a servir para reencontrarte con los recuerdos de tu infancia. Cada año se repite el mismo ritual, nada especial, pero algo tan grande que siempre se echa de menos. Tú sigues ahí, contento por ver cómo pasa el tiempo y todo sigue igual. La orquesta "Lejanía", los de siempre, están tocando "Y nos dieron las diez". Pero este año no saldrás a bailar "Paquito el chocolatero" con los vecinos, porque no puedes sacarte de la cabeza su rostro, que refleja lo que lleva por dentro. Un día dejasteis de hablar; solo él sabe qué pasó, por qué se dejó arrastar a un mundo de emociones brutales y caídas al vacío. Tú has querido ver una cara de esperanza, pero no sabes si es parte de tu fantasía, que le imagina olvidando un paréntesis. Atrás, muy lejos ya, quedaron esos días de fútbol en mil descampados yermos y de carreras de bicicletas destartaladas en los cerrillos. Vienen a tu memoria las partidas de cartas a la sombra del ciruelo de su patio, las tardes de otoño de placeres de pubertad con chicas sin nombre, un viaje a Lisboa en un Renault 5 amarillo. Todo eso que pasó no te lo pueden robar, pero desde una ventana de Manhattan dudas que el destino se ponga de su parte y podáis recordarlo juntos.
"La ciudad calla y se esconde y nadie te verá,
llora cuando te vayas con tu soledad,
una maleta en la mano y sin prisa al andar,
la noche acaba y amanecerá."
"Ha llegado el fin", Los Secretos.

viernes, noviembre 04, 2005

Regulación de empleo en SEAT
Sergio (un amigo que se llama como yo) me acaba de mandar una noticia de "La Vanguardia" que habla del nuevo expediente de regulación de empleo de las plantas de Martorell y la Zona Franca de SEAT. Otra vez con la misma historia de siempre. Fabrican demasiados coches, no son competitivos y tienen que ralentizar los ritmos de producción, lo que conlleva despedir a muchos trabajadores. Como estudié economía, yo quería explicarle que SEAT necesita que la rentabilidad sea superior a la que ofrecen otras alternativas; no se trata de tener beneficios (positivos), sino de que el grupo Volkswagen no pueda ganar más dinero haciendo otra cosa. También quería decirle que se está creando empleo en Catalunya y que, en términos netos, no tiene que preocuparse. Probablemente debería haber intentado hablarle de la teoría de la negociación, de que una factoría de estas dimensiones tiene un peso específico en la economía de la región que hace que las instituciones se puedan arrodillar ante ellos en cualquier momento; o sea, que esto podría no ser más que uno de lo muchos conatos de despido masivo, aparentemente irreversibles, que no conducen más que a una mayor flexibilización de las codiciones de trabajo, o a una nueva batería de privilegios que concede la administración para evitar que se lleven la producción a Eslovaquia. Pero se me ha hecho un nudo en la garganta y no he podido decirle nada. Porque uno de los posibles despedidos es su padre, que tiene 57 años. Y Sergio dice que su padre tiene que tener un trabajo, como todos lo padres, para pagar sus cosas. Y tiene razón. Porque a los mineros de Asturias les pagamos su sueldo entre todos, pero son ellos los que se lo ganan. Uno no sabe qué decirle, porque se trata de su padre y creo que sé como se siente. Así que creo que vamos a mirar a otra parte y a esperar que despidan a otros, que esos hogares nos duelen menos.
Fue muy dura la derrota: todo lo que se soñaba
se pudrió en los rincones, se cubrió de telarañas,
y ya nadie canta Al Vent, ya no hay locos ya no hay parias,
pero tiene que llover, aún sigue sucia la plaza.
"Papa cuéntame otra vez", Ismael Serrano
Mónica
Mónica quiere cambiar el mundo, pero hace tiempo que se dió cuenta de que la obra le quedaba un poco grande y decidió dedicarse a intentar ser feliz. Pero no deja de pensar en ello ni un solo día. Y me parece bien, porque es lo que ha decidido. Y me gusta fiarme de ella, porque suele saber lo que hace, aunque se lamente de lo que no hizo. Mónica es racional, de una racionalidad inteligente. Ella puede explicarte lo que tú quieras, pero prefiere escuchar y dejar que seas tú el que hables; es capaz de sacar lo mejor que hay en ti, con una sonrisa pícara y la mirada atenta. Dice que siempre aprende, aunque a veces pienso que lo sabe todo. Y discrepa, pero lo hace en voz baja, para no molestar. Creo que no sabe que ella nunca molesta. Mónica tiene una mente curiosa. Se cuestiona todo y siempre encuentra respuestas ocurrentes. Tiene mil teorías, pero sólo te cuenta algunas. Y no deja de sorprender. A Mónica no le importan las apariencias, los convenios o la Biblia. Porque quiere al ser humano tal y como es, porque está enamorada de las personas, aunque no deje de preguntarse por qué. Le gusta la gente inteligente, pero es capaz de pasarse horas con cualquiera. A ella, que es médico, le parece que es mejor escuchar a un viejito que recetarle una aspirina. Y también es pasional; Mónica destila amor por todos sus poros, esos que vieron la luz muy cerca del Caribe. Y es capaz de emocionarse con la cosa más simple. Ella es de esas personas que son capaces de dar lo poco que tengan sin pedir nada a cambio, porque es la más generosa del mundo; es posible que exagere, pero a mí me lo parece. Por eso ella habla del correo, en lugar de la correspondencia, porque no quiere ser correspondida si tú no quieres corresponder. Eso es parte de su mundo maravilloso, que guarda dentro de sí. Últimamente le ha dado por decir que la vida es muy corta y yo me he echado a temblar; a ella siempre se lo ha parecido y no sé porqué lo dice ahora. Sólo espero que esté bien, porque está lejos desde hace mucho tiempo y donde vive nunca sale el sol. Y si alguno se pregunta si es real, le diré que sí. Y que tiene todo esto. Pero es que tiene mucho más. Y lo siento por el mundo, pero me guardo lo mejor. Esta es la parte negativa de que el blog sea público.

martes, noviembre 01, 2005

María
Hoy, muy de mañana, un pueblecito de La Rioja ha amanecido entre las primeras gotas de rocío. María ha vuelto a ponerse sus ropas negras de duelo perpetuo que deslucen su rostro desde que un infarto fulminante acabara con la vida de su Manolo en la era. Hace mucho tiempo que María recorre puntual el camino entre cipreses que lleva de la fuentecilla al cementerio. Cada 1 de noviembre, desde hace más de veinticinco años, va a ver a su marido difunto bajo un sol frío de noviembre. Con una rutina aprendida, cada año cambia las flores, desempolva la lápida y clava las rodillas para rezar unas oraciones delante de los huesos roídos del padre de sus seis hijos. Cada año se acerca a decirle en voz baja que siempre lo quiso, aunque su corazón viajara lejos, cada noche, cuando se cierran los ojos, a encontrarse con el de Paquillo, su primer novio, que un día se fue del pueblo a buscar fortuna en Madrid. 
Paquillo volvía cada año, por las fiestas, en un Mercedes blanco que le habían traído de Alemania. Este año llegó viudo. El día 16 de agosto, día de la patrona, María salió de casa, con sus ropas de siempre, camino a la procesión. Paquillo la esperaba en la esquina de la calle del General Sanjurjo, la que baja a la iglesia, para decirle que siempre la quiso, que se marchó obligado y buscó otra mujer en la que poder olvidarla. Pero María no se detuvo y siguió calle abajo como si no escuchara nada. 
A miles de kilómetros de allí, todavía en la madrugada del 31 de octubre, las calles del West Village siguen atestadas de gente. Nueva York celebra Halloween con una fiesta en la que personas de todas las edades emulan el mejor carnaval, para comunicarse con los que murieron en la tierra y habitan en Tir nan Og, ese hedén de la eterna juventud y felicidad de los antiguos celtas. La procesión que ha recorrido la Sexta Avenida es muy distinta a la de viudas de luto que cada 1 de noviembre van a llorar a sus muertos en los cementerios de España. Esqueletos, brujas, magos y hadas recorren las calles entre cánticos y danzas. Se invocan diablos con ouijas pidiendo felicidad eterna. Una pareja se busca con pasión en un bar de la calle Bleecker; uno piensa que dentro de un tiempo se habrán olvidado y que ella no buscará el alma de él en las noches, mientras yace bajo otro hombre. 
María se ha levantado temprano, como cada 1 de noviembre. Busca la cuneta de tierra de un camino que asfaltaron en septiembre, cuando construían la autovía que lleva a Madrid, que segó los cipreses y enclaustró la mitad de la senda bajo un túnel que ella se apresura a atravesar. Está afanada limpiando el sepulcro, cambiando las flores, arrancando unos matorrales que han crecido al pie de la tumba. Hoy no se arrodillará ante Manolo. Con la dignidad restaurada desde el 16 de agosto, le dirá radiante que sus nietas de Madrid han venido disfrazadas de brujas y que han traído unas calabazas huecas en las que han puesto velas. Le hablará de la nueva autovía, que le trae a los hijos que se marcharon a buscar trabajo lejos del campo y a los negros que estuvieron vendimiando en el latifundio del Conde. María sabe que ya puede morir feliz.
Un ramito de violetas
Ese continúa siendo el inconfundible sabor del pan con tomate y bonito en conserva. Cada mordisco le sigue llevando en un viaje por el tiempo hasta aquellos desayunos de domingo, a esos fines de semana en los que sus tías desfilaban ante él, vistiéndose con parsimonia estudiada, mientras sus novios esperaban en el salón de la casa, con la resignación impotente del que no puede hacer nada por anticipar el encuentro querido. Al día siguiente se acercaba al borde de la cama a recordarles que ya habían pasado las burras de leche; sin saberlo, su abuela le hacía utilizar una metáfora traída de su pueblo, que él no entendía, para hacer que se levantaran sus hijas y empezaran a limpiar la casa, después de sortear las tareas con palillos de dientes. En Madrid hay muchos días grises, pero el sabor del atún y el tomate entre el aceite le recuerda el azul intenso y el frescor de las mañanas de noviembre, con la vista del Cerro de la Mesa al fondo. Todavía se estremece ante esa colina, que fue lugar de merendillas de primavera y carreras de bicicletas. Ese pan con bonito y tomate tiene el sabor agridulce de esos momentos maravillosos de la niñez que sabe que no volverán.
Algunas de esas mañanas, entre escobas y trapos, sonaba una canción de fondo que él no podía resistir. Su sonido se registraba en la boca de su estómago con una punzada tan aguda que aún puede sentir. Entonces él se marchaba a ocultar su llanto desconsolado de niño. Hoy no sabe cuando empezó a escuchar "Un ramito de violetas" sin huir despavorido, aunque sigue sin poder evitar que se le nuble la vista. No está seguro de saber qué añora, pero esa música se sigue clavando como un aguijón en las vísceras en las que viven los sentimientos más profundos. Él no recuerda casi nada, pero esa canción de Cecilia que sonaba en aquella casa de Brooklyn volvió a traerle esa imagen de fotografías que aparece algunas noches entre sueños. Ella les dejó muy pronto. Tanto, que ese niño ya convertido en adulto sólo puede llorar por los momentos que nunca podrán ocurrir.
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